Las expectativas de cambio en la dinámica parlamentaria generadas por la oposición en las elecciones de 2009 han sido ampliamente defraudadas. Es más, a dos semanas de terminar el período parlamentario el comportamiento de «la oposición» ha contribuido muy poco a recomponer la confianza de la ciudadanía en las instituciones.
Para el buen funcionamiento de la democracia es indispensable contar con un Congreso eficiente; que sea órgano de representación, de debate, de construcción de consensos, de adopción de decisiones, de control del Ejecutivo. El Congreso argentino está lamentablemente cada vez más lejos de cumplir esas funciones satisfactoriamente. Es imperativo fortalecer al Legislativo y eso no depende sólo de que la Presidenta lo respete y no abuse de sus facultades, dictando DNUs justificados en la necesidad de los argentinos de planear con tiempo un fin de semana largo, como acaba de hacer. Depende también de los legisladores, de todos los legisladores; los oficialistas y los otros; los de los partidos grandes y los que sólo se representan a sí mismos.
Pero mientras esta realidad cambia, sería bueno que cuando nos refiramos al Congreso empecemos a precisar nuestro lenguaje.
En el léxico político y en las reglas parlamentarias argentinas se habla de «bloques». La idea central del término «bloque» según el Diccionario de la Real Academia se vincula con algo «compacto», «duro», «sólido». Nada de eso tenemos en el Congreso argentino. Miremos las acepciones referidas al parlamento: «agrupación ocasional de partidos políticos, … con objetivos comunes» y «conjunto coherente de personas … con alguna característica común». Me temo que estas últimas definiciones son -si cabe- aún más lapidarias. Veamos.
- Agrupación de «partidos políticos»; en realidad lo que tenemos es un conjunto de personas que siguen a un líder de turno. Un partido es mucho más que eso.
- «Con objetivos comunes»; en los hechos los objetivos comunes sólo han sido parte de los discursos de campaña.
- «Conjunto coherente»; como quedó demostrado a lo largo del año y particularmente la semana pasada, la coherencia no caracteriza a los «bloques» parlamentarios, ni al oficialismo y mucho menos a «la oposición».
- «Característica común»; eso sí tenemos en el Congreso. Los legisladores -salvo contadas excepciones- tienen varias características en común: están más interesados en sus rencillas internas que en un proyecto de país, y en su propia carrera política más que en las necesidades y preocupaciones de la ciudadanía. Otra: tienen muy escaso conocimiento de las reglas y las prácticas parlamentarias. Otra: manifiestan en sus actos un muy bajo nivel de respeto por las instituciones y la ética pública.
¿No habrá llegado el momento de reemplazar el término «bloque» por el de «rejunte ocasional de personas electas para sentarse en el congreso»?
Se habla de «la oposición». Pero en Argentina «la oposición» no existe y tampoco «las oposiciones» como se ha querido corregir. Lo que hemos visto este año es la exacerbación del vedettismo de algunos parlamentarios que no tienen la menor idea de cómo organizar una alternativa de gobierno -lo que es central para la existencia de oposición- y que tienen un muy escaso conocimiento y dominio de la tarea parlamentaria -lo que es indispensable para poder operar eficazmente en el ámbito legislativo-.
En fin, en Argentina, «la oposición» es una especie extinguida. Y la mayor responsabilidad en esta situación es de quienes se presentaron a la ciudadanía en 2009 ofreciendo un cambio. Lo primero que hicieron fue dividirse en dos «grupos», el Grupo A y el Grupo B. ¿Creen los «representantes» que sus representados entienden de qué se trata? ¿Creen los electos que los electores saben quién es quién en esos grupos? Más allá de dónde se acomodan personalmente ¿A y B son alternativas de gobierno diversas? ¿Cuál es el programa de acción y los valores que llevarán A y B al gobierno en el remotísimo caso en que lograran ganar una elección?
Publicado en EL ESTADISTA, Nº 19, Buenos Aires del 18 de noviembre al 1 de diciembre de 2010